En Mi Oscuro Relato tú siempre eres el protagonista y es por eso que en esta sección compartiremos distintos trabajos que nos llegan por parte de nuestra comunidad. ¿Tienes algo que deseas compartir? ¡Envíanoslo! a mioscurorelato@gmail.com y nos pondremos en contacto contigo.
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Creepy Art
El artista de instagram @ms.artink nos creó esta increíble portada de una niña fantasmagórica escuchando nuestros relatos mediante unos auriculares conectados al libro de Mi Oscuro Relato.
Relatos de ficción
Nuestros seguidores tienen una mente de los más oscura. Sigue bajando y lee algunas piezas que pese a ser de ficción, son de lo más tenebrosas.
La Saeta - (Enrique Ordaz)
Los errores son como el tabaco, que a diario nos acompañan y por los míos que han sido graves, me vi un día solo, olvidado de mi pasado y de sus gentes, viviendo como un ermitaño tan solo con mi montaña. Perdido más allá del desmonte, en lo profundo de una barrancada, tiritando de frío y miedo, escribo y me despido desde el interior de mi cabaña.
Durante estos años en soledad, el caracol intraterreno, el espárrago de rodeno, los conejos cazados a lazo y la acelga independiente, han sido por la escasa bondad de esta tierra reseca y amarga, las más de las veces, las miserias que me han mantenido: me estoy aún por agradecido, pues ni estas burdas comidas merezco; tales fueron mis pecados que de no ser como es tan misericordioso nuestro señor el altísimo, mi propio hígado debería de haber comido.
La soledad es como una cárcel que no cura, pero castiga y aleja de la gente pía la incómoda compañía de aquellos sátiros que, como yo, aborrecen por defecto de la harmónica compañía. Traicionando a mi familia, así como a la mejor compañera que jamás tuviera la sucia alma mía, movido por la hambrienta envidia, un día forcé de mi hermano a la criatura que él más quería. Descubierto el engaño mi hermano juró negarnos y su compañera, por mí deshonrada, arrojó al río su vida.
Quiero olvidar y no puedo las suciedades de mi pasado y por eso es por lo que destilo y bebo los anises y la mandrágora, la belladona y el beleño; estos mejunjes mezquinos, que me sorben a cada sorbo, han hundido mi cabeza en el estercolero donde encontré mi alma: las sombras me acechan, la nada me habla, las sombras me miran y el pasado, aguanta. No duermo más que a ratos, no vivo ni despierto, ni matarme siquiera puedo pues nací ya en parte muerto.
A las tres de la madrugada de esta no pasada noche recién finada, un murmullo multitudinario se acercó a mis oídos para arrancarme de mi irregular y endeble sueño de enfermo y al abrir la puerta de mi cabaña y asomarme helado de frío a la montaña, pude ver aterrado una santa compaña: cuatro sombras de hombres graves, vestido de luto y que sin pies andaban, sostenían los cuatro pilares de un palio, bajo el cual, un obispo todo hecho de huesos, con la cadencia pesada y segura de un buey maduro se balanceaba. Siguiendo a esta espectral pesadilla, en marcha procesionaria, una no menos aterradora banda, con sus discordes metales y su atronadora caja, interpretaba una saeta desconocida, que sonaba como sonaría la muerte si a la música y no al rapto se dedicara. Se detuvo frente a mí la parada, cesando la saeta macabra, tan sólo timbales y caja continuaron, con sus redobles en suspensión, aquel aullido que era su marcha. El alma del libertino es como la leña de un pino muerto, que de llama pasa a ceniza por carecer de la ascua agradecida, de la brasa continuada que igual calienta que cocina y como en mi pecho la nada anida, por ser mi corazón la mera mecánica del aceite grana, por no tener fe, por no creer en nada, resultó que esta santa compaña, ante mis ojos aparecida, derribó con violencia mis nervios de cabeza perdida…
Casi desnudo y magullado me he descubierto el alba, encogido entre la verdura espinosa, arropado bajo un rocío de escarcha y ya de nuevo en mi cabaña, compongo este texto y albacea, que la escopeta ya espera en mi boca para terminar, lo que mi madre pariéndome empezara.
Un poema a mi amada - (Ismael Requena)
En la penumbra donde la luna muere,
un cazador camina, su alma deshace,
bajo el eco de un susurro que muere,
en la espesura, el viento le arrastra y nace.
Ella, su amada, con ojos de fuego,
ya no es la mujer que en su pecho dormía,
es sombra que danza en la niebla, un juego
de crueles hechizos, de horror, de agonía.
Con su daga de plata, él se acerca al abismo,
la voz de su amor se vuelve un cruel espanto,
un juramento que cortó su exorcismo,
la luz del amor se convierte en un encanto.
Los árboles susurran, su alma se quiebra,
la caza lo consume, ya no hay regreso.
Y ella, con sus manos que el mal celebran,
le susurra en las sombras, su nombre es un beso.
"Te he amado, cazador, mas ahora soy muerte,
mi carne es la bruja que tu alma consume.
Tu vida me pertenece, tu amor ya no suerte,
mi hechizo te atrapa, tu mente se resume."
Entre lágrimas negras, el acero se alza,
y el cazador, con el corazón partido,
desgarra el alma de su amor, que ya danza,
en la oscuridad de un destino perdido.
Ella ríe en la niebla, su forma se disuelve,
y él cae, vencido, en el abismo que emerge.
El cazador es ahora lo que una vez fue,
un eco de amor, que el olvido resuelve.
El descenso de Oren - (Miki P.)
Oren siempre fue un hombre de una voluntad inquebrantable. Desde joven, su curiosidad por lo prohibido lo llevó a estudiar las artes oscuras, leer antiguos grimorios, y buscar respuestas en los rincones más oscuros del mundo. No tenía miedo. En su corazón ardía la certeza de que podía dominarlo todo, incluso aquello que moraba en las sombras.
Una noche, mientras hojeaba un manuscrito olvidado, encontró lo que había estado buscando: un ritual que prometía abrir las puertas del Infierno mismo. Era un hechizo que muchos consideraban un mito, pero Oren no era hombre de leyendas. Creía en el poder de la mente humana, y en su capacidad para desafiar cualquier límite.
“Al infierno se baja sólo si el alma se atreve”, leía una frase en el libro, escrita en un lenguaje antiguo, casi incomprensible. Pero él entendió, como siempre había hecho, y decidió que ese sería su destino.
Se preparó con una meticulosidad que ya había aprendido de sus años de práctica en lo prohibido. Recogió hierbas de la medianoche, susurró palabras que jamás deberían ser pronunciadas por un mortal y, finalmente, construyó un círculo de invocación en el suelo de su casa. Una gruesa vela negra iluminaba el espacio, y el aire estaba cargado de una electricidad ominosa, como si el propio universo esperara el desenlace.
Con un último suspiro, se arrodilló en el centro del círculo y recitó las últimas palabras del ritual.
El suelo tembló. Oren sonrió, sintiendo el poder a su alrededor, como si estuviera tocando las entrañas mismas de la creación.
De repente, la oscuridad lo devoró. Todo lo que conocía desapareció, y lo único que pudo ver fueron llamas rojas, ardientes, que se alzaban desde las profundidades. Su cuerpo tembló, pero su mente permaneció firme. “Nada me detendrá”, pensó.
El aire era denso y espeso, como si cada respiración costara un precio. Pero Oren no vaciló. Caminó entre las llamas, avanzando en un paisaje infernal donde sombras de pesadilla se arrastraban, pero se apartaban a su paso, como si reconocieran la determinación en sus ojos.
Cruzó un puente de huesos, flanqueado por figuras alargadas que susurraban promesas de terror. Cada paso lo acercaba a la fortaleza del Infierno. “Soy el hombre que desafiará a los demonios”, pensaba, alimentándose de su propia arrogancia.
Finalmente, llegó a la sala central. Allí, rodeado de columnas de carne y muros de gritos, estaba él: el Señor del Abismo. Un demonio tan antiguo como la oscuridad misma. Su cuerpo se retorcía en formas incomprensibles, y sus ojos eran dos abismos infinitos que devoraban todo lo que tocaban.
“Has venido a desafiarme, mortal”, dijo la voz del demonio, una resonancia profunda que hacía vibrar el alma de Oren. “¿Qué te hace pensar que puedes vencerme?”
Oren, inmune al miedo, levantó la cabeza y lo desafió: “No soy como los demás. He venido para destronarte, para demostrar que ni el Infierno puede contener a un hombre como yo”.
El demonio soltó una carcajada que retumbó como un trueno. "¿Crees que tienes poder? ¿Que el coraje te bastará para enfrentarte a mí?"
Sin decir una palabra, Oren avanzó, su mano apretando la daga que llevaba consigo, una daga forjada en los secretos más oscuros. La sombra del demonio se alargó como un abrazo mortal.
En ese momento, la furia del demonio se desató. El suelo tembló aún más fuerte, y una ráfaga de energía demoníaca hizo que Oren cayera de rodillas. Las llamas que lo rodeaban tomaron formas grotescas, tomando la forma de sus propios miedos. Criaturas indescriptibles emergieron del suelo, arañando su carne, sus ojos desbordando desesperación.
Oren se levantó, pero algo comenzó a quebrarse en su interior. La arrogancia, la seguridad que le había dado su propia mente, se desmoronó. La verdad golpeó su pecho como un puño: no estaba preparado, no podía comprender la magnitud del poder ante el que se encontraba.
El demonio se acercó lentamente, sus ojos vacíos observando la lucha interna del hombre.
"Te creías un ser superior, mortal", dijo el demonio con voz helada. "Pero hay fuerzas que no pueden ser desafiadas. El Infierno no es para ser conquistado. El Infierno es para aquellos que han caído".
En un último intento desesperado, Oren levantó la daga, pero al hacerlo, la llama infernal lo envolvió por completo, consumiendo su cuerpo y su mente. El Infierno no perdonaba. Y su desafío había sido su condena.
La última imagen que vio antes de que su alma se disolviera en el olvido fue la sonrisa satisfecha del demonio, que sabía que nadie, ni siquiera un hombre como él, podría desafiar el abismo y salir victorioso.
Y así, Oren se unió a los miles que habían intentado lo mismo antes que él: almas perdidas en la eterna oscuridad, condenadas a recordar su temeridad por toda la eternidad.
La Desdichada - (MS.Artink)
La figura de la mujer se dibuja en la penumbra, un ser quebrantado por las huellas de una vida cruel y despiadada. Su rostro, marcado por cicatrices invisibles, refleja un sufrimiento tan profundo que parece haber devorado su alma. Los ojos, vacíos y hundidos, ya no contienen esperanza, solo un eco distante de lo que alguna vez fue. La mirada, perdida en el abismo, busca respuestas en un mundo que ya no tiene sentido para ella. Los labios, sellados en una mueca de dolor, se abren en un suspiro tan débil que casi se desvanece, como un último intento por liberarse de un peso insoportable.
Su cuerpo, encorvado y débil, habla de una vida de abusos invisibles: golpes no solo físicos, sino emocionales, que la han dejado sin fuerzas para seguir luchando.
En el fondo, la oscuridad parece apoderarse de ella, como si el mundo que la rodea se estuviera disolviendo en un mar de sombras, ofreciéndole, de alguna manera, el último consuelo: el olvido. La tormenta interna que la consume no encuentra tregua, y cada respiración es un recordatorio del peso insoportable de su propia existencia. En sus ojos se refleja la angustia de no saber si es el final lo que busca o simplemente un descanso que jamás llega.
La imagen transmite la tristeza de una mujer que ha sido golpeada por cada uno de los días, que ha visto sus sueños desmoronarse y su corazón desangrarse, y que al final, con un último suspiro, se abandona a la quietud de la oscuridad, deseando encontrar en ella la paz que le ha sido negada en vida.
Ilustración creada por el artista de Instagram; @ms.artink
La Muerte En Sus Ojos
- (MS.Artink)
En el vasto y árido desierto, donde la tierra reseca parece devorar toda esperanza, se alza la figura de una mujer atrapada en la miseria de su propio destino. Su piel, de un tono marrón amarillento por el sol inclemente, está marcada por la sequedad y el desgaste, como si el desierto mismo la hubiera reclamado y le hubiera arrancado toda vitalidad.
Su vestimenta, desgarrada y deshecha, se adhiere a su cuerpo de una manera sombría, mostrando más su fragilidad que su forma. La tela, una vez blanca, ahora es un sucio manto que parece agitarse a la merced de un viento silencioso, como si la mujer misma fuera una sombra que apenas se mantiene de pie entre las dunas.
Lo que realmente aterra, sin embargo, es su mirada. Dos ojos vacíos, profundamente hundidos en su rostro, que reflejan el mismo vacío interminable del horizonte desértico. En ellos no hay dolor, no hay tristeza, solo la fría y mortal quietud de la desolación. Sus ojos parecen vacíos de vida, como si hubieran sido consumidos por la tormenta de su propia desesperación. No hay lágrimas que corran por sus mejillas agrietadas, solo una mirada fija, petrificada, que refleja la llegada de la muerte misma.
Su boca, apenas visible entre las grietas de su piel, se curva en una mueca que no es sonrisa, sino un vacilante intento de desesperanza. No es la expresión de una persona viva, sino la de una entidad que ya ha dejado de luchar, que ha entregado su alma al desierto. La muerte parece haberla abrazado lentamente, tomándola como suya sin prisa ni remordimiento, dejando que se disuelva entre las dunas y el calor abrasante.
El cielo que la rodea es gris, sombrío, una mezcla de colores muertos que solo refuerzan la sensación de que este lugar es un limbo, donde ni la vida ni la muerte pueden hallar descanso.
En su presencia, la misma tierra parece callarse, y la mujer se convierte en una silueta más en la interminable expansión de un desierto que no perdona.
Ilustración creada por el artista de Instagram; @ms.artink
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